Una arquitectura de sueños, temores, sombras
por Juliano Ortiz para CRAC! Magazine
La editorial Muerde Muertos cumple una vez más en ofrecernos literatura argentina de calidad con una edición acorde a ello.
Que un escritor ponga el punto final de su libro y éste sea para él la bandera de Robinson en la isla de la satisfacción de los lectores no es muy común. De cada diez libros que leo , solo uno, dos o quizás tres, si soy benévolo, me satisface al cerrarlo una vez concluido. Y eso teniendo en cuenta, que leer y luego hacer reseñas es una de las cosas personales e individuales que más me apasiona.
En este caso, Árboles de tronco rojo me hizo reflexionar las causas que hacen que un autor haga un muy buen libro. Quizás el flujo de las mareas, los astros y sus misterios, la hora en que nació, la sombra que descansa todas las noches en su cama, el cielo que lo contiene desde la ventana. Quizás todas esas cosas, o tal vez ninguna, tal vez solo sea una mágica inspiración, un rapto de locura creativa que lo envolvió sometiéndolo a un designio sin otro destino. Sea como sea la trama de la creación literaria, Marcelo Guerrieri compuso un libro de cuentos que sorprenden en la construcción de cada uno de sus personajes, seres que se debaten en interrogantes y mientras tanto viven en relaciones a veces sofocantes, otras simples, pero todos tienen ese costado humano que le abre la puerta a lo cotidiano.
Con una prosa sin exageraciones, desenvuelta, leve y con un toque de humor, la expresión de este escritor que coordina talleres literarios en centros culturales de Buenos Aires, nos indica que su voz, es la de los lugares donde se encuentran a cada paso nuestros vecinos, situaciones que decantan en conflictos llevándolos a actuar de determinada manera, sin perder esa espontaneidad que hace tan peculiar a cualquier hijo de vecino. Para su suerte, no necesita de sórdidos vericuetos en donde descansar su obra, ni de complicarse la vida en una retórica impuesta. Se mantiene alejado de la de los rincones de la pompa para mostrarnos gente descontracturada pero sufrida, melancólica, aburrida, de una nostalgia que corre al ritmo de la vida misma.
Para destacar dos cuentos, “Dano no ve nada”, síntesis de un tiempo que se desliza apurado, actitudes como moneda de hoy y sentimientos de celos y fantasías; y el que da nombre al libro, “Árboles de tronco rojo”, historia con una arquitectura de sueños, de temores, sombras de la realidad a la que no le falta ni le sobra nada.
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